30 mayo, 2008

La abnegada yidische mame

El dilema era si seguir por Ayacucho o doblar en Quintana. A esa hora de la mañana había más potenciales pasajeros circulando por Ayacucho, pero siguiendo los impulsos de mi intuición decidí doblar a la derecha. Apenas puse el guiño, como si estuviera esperando mi arribo, me topé con el brazo levantado de una señora de unos setentipico con una valija con rueditas, cuyas modestas vestimentas no concordaban con los atuendos habituales de los moradores del barrio de la Recoleta.
Mientras me pedía que la ayudara a subir la valija al auto, se quejaba diciendo "yo no sé para qué me hacen llevar esta valija que no entra en ninguna parte". Su castellano era entendible, aunque tenía un acento que yo identificaría como de alguna región del este de Europa. Cuando por fin logró subir la valija, el taxi se impregnó de un profundo olor a ajo. Me indicó que debíamos dirigirnos a la zona de Tribunales, a la calle Talcahuano entre Lavalle y Tucumán. Luego me preguntó qué hora era, le contesté que las 11.38. Entonces me pidió que me apurara porque debía entregarle la comida a su hijo antes de las 12. Me dispuse a tratar de elegir el camino más adecuado para que la abnegada yidische mame pudiera llegar a tiempo a cumplir con su misión.
Durante el viaje se la pasó realizando una serie de comentarios a modo de protesta sobre temas tan variados como la inflación, el tránsito y los piqueteros; a los que yo, cumpliendo con la regla de oro del buen tachero (el pasajero siempre tiene razón), me limitaba a responder en forma afirmativa. Al llegar al Palacio de Justicia, agobiada por el intenso tráfico, decidió bajarse una cuadra antes del destino prefijado. No obstante, antes de descender me pidió que le diera un tiket, dejando bien en claro que una cosa eran los afectos familiares y otra distinta el mundo de las finanzas.

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