Circulaba por Suipacha cuando decidí doblar en dirección a Arenales. Fue entonces que me pregunté cuáles habrían sido los méritos militares, políticos o de otras índoles que le merecieron al tal Arenales el hacerse adjudicatario del nombre de una calle. No obstante, en mi muy personal guía de la ciudad los nombres de muchas calles tenían connotaciones que en mi memoria remitían a algunos pasajeros en particular. Algunos de dichos recuerdos me resultaban tan remotos que me incitaban a interrogarme acerca de cuáles eran las reales fronteras de la memoria. "La memoria nos recuerda que debemos olvidar", era una frase cuya autoría -no estaba del todo seguro, pero como otras tantas citas célebres- se la han adjudicado a Borges; aunque en un futuro no muy lejano no me extrañaría que al poeta de la mirada perdida también se lo responsabilizara de frases como "que la fuerza esté contigo".
Mis deliberaciones fueron interrumpidas por el brazo levantado de una mujer de unos setenta a ochenta y pico de años, quien apenas subió me preguntó, con una muy correcta pronunciación, si mi apellido era Schweitzer. Casi por reflejo condicionado le contesté que sí, igual que el célebre doctor. Luego le pregunté si hablaba en alemán, a lo que me respondió que no, pero que había sido profesora de Bellas Artes y que siempre le había dado mucha importancia a la correcta pronunciación de los distintos apellidos. Luego agregó que también había sido egiptóloga y que en los años 70 había trabajado en excavaciones en El Cairo (parecía que acababa de levantar a la mismísima abuela de Indiana Jones) y la conversación derivó a temas afines a sus expediciones, como las pirámides y los mosquitos y cocodrilos del Nilo.
Una vez concluido el viaje contemplé la posibilidad de que de aquí en más la calle Arenales se me representara asociada al recuerdo de la anciana aventurera. Mis reflexiones fueron otra vez interrumpidas por el grito de TAXI de otra mujer de unos cincuenta y pico. Antes de que tuviera tiempo de interrogarla por la dirección a donde debía llevarla, me preguntó qué número era el gato. En ese momento se me representó la idea de un gato egipcio, pero le pregunté a qué gato se refería. Me contestó: "al número de lotería, porque mi hijo me llamó recién para decirme que pisó un gato con el auto y quiero jugarle a la lotería a ver si tengo suerte". Luego me dijo que debíamos ir lo antes posible a Tucumán y Maipú. Le propuse tomar por el bajo, pero insistió en ir directamente por Maipú. Cuando la marcha del tráfico comenzó a circular en forma excesivamente lenta, decidió bajar tres cuadras antes del destino prefijado, dejándome varado en el caótico microcentro porteño.
Mientras intentaba buscar la manera de zafar de la incómoda situación a la que la desconsiderada pasajera me había expuesto, pensé que quizás Borges tenía razón y eran los filtros de la memoria los que evitaban que muchas de las calles de la ciudad me remitieran al recuerdo indeleble de clientes excesivamente hincha pelotas.
30 mayo, 2008
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