Subiendo por Sinclair giré mi cabeza hacia la izquierda y fue ese improvisado movimiento el que me permitió divisar el brazo levantado de una mujer de unos cuarentipico al que el conductor del tacho vacío que tenía adelante no divisó. Apenas se acomoda en el asiento trasero me indicó que debíamos ir a Tucumán al 2600 y luego me preguntó:
-¿Cómo es que le dicen ustedes cuando alguien se ofrece a llevarte con el carro a algún lugar que le queda de pasada?
Le contesté que nosotros lo llamamos acercar.
-Ah, claro, acercar. Fíjate que nosotros allá en Venezuela le decimos a lo que ustedes llaman acercar “dar la cola”, pero me han dicho que eso tiene otro significado acá. Figúrate que los otros días le pedí a un conocido que iba hacia donde yo vivo que me diera la cola y me puso una cara de sorpresa que para qué te cuento, pero cuando me dijeron lo que aquí significaba casi me muero de vergüenza.
En ese momento pensé que quizás la confusión hubiera sido aun más grande si la que se ofrecía a dar la cola hubiera sido ella, puesto que no es por subestimar la tan mentada generosidad latinoamericana, pero como un gesto de gratitud por acercar a alguien un par de cuadras me parece un poco excesivo. Luego de un corto suspiro agregó:
-A ustedes los hombres sí que se les hace todo más fácil.
Le pregunté a qué se refería.
-Y claro, fíjate que nosotras para ir a trabajar o nomás para salir a la calle tenemos que pensar qué nos vamos a poner, que los zapatos nos combinen con la pollera o la cartera etc., en cambio ustedes se ponen lo que tienen a mano y listo. Además un hombre de más de 40 todavía puede ser guapo, en cambio nosotras a esa edad ya comenzamos a ser viejas. Incluso a un señor de 60 se lo puede considerar como un hombre maduro, en cambio a nosotras a esa edad para lo único que servimos es para cuidar a los nietos.
Le contesté que alguna ventaja ellas tendrán sobre nosotros, a lo que me replicó "Ah, ya sé, me vas a decir que el ser madres… vaya ventaja. Que no me escuche mi gordo, pobre" Supuse que debía analizar con más detalle el tema, pero en principio tuve la impresión de que algo de razón tenía y que el poder jugar a la batalla naval con las pelotitas de naftalina no era nuestro único privilegio sobre el sexo opuesto. Al llegar a la intersección de Tucumán y Pueyrredón me dijo:
-Bueno, qué lata te he dado, pero supongo que ustedes deben estar un poco acostumbrados porque seguro que la gente los debe utilizar como psicólogos.
Puse el reloj en cero y me dirigí hacia la esquina donde me pareció divisar el brazo levantado de un nuevo pasajero o debería decir paciente.
30 mayo, 2008
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