02 junio, 2008

El transportista público

Un colectivo equivale a 60 autos y transporta a 72 personas, cuidemos el medio ambiente priorizando el transporte público. Sí a los carriles exclusivos, afirma la inscripción lateral del interno de la línea 152 que acababa de encerrarme contra el cordón de la vereda.
Mientras lo veía alejarse dejando detrás de sí una espesa cortina de humo negro que emanaba de su caño de escape, recordé otra de las leyendas que sobre la misma temática había leído durante el transcurso de esta semana, como Dejemos los túneles para los topos y veamos que linda es Bs. As. Sí a los carriles exclusivos; u otro de connotaciones existencialistas: El tiempo que perdés también es parte de tu vida y los carriles exclusivos son parte de la solución.
¡No a los carriles exclusivos! sentenciaba como contrapartida el letrero del vidrio trasero del taxi que tenía adelante. Estaba claro que las últimas disposiciones del flamante gobierno porteño habían hecho resurgir la clásica y siempre latente rivalidad entre colectiveros y tacheros. Esta verdadera puja dialéctica de eslogans contrastaba con las muy eventuales inscripciones que antes de iniciado el conflicto se podían leer en la luneta trasera de algunos colegas, en las que por lo general se solicitaba los servicios de algún chofer tanto para el turno de la noche como el del día.
No obstante, fue un letrero en particular el que hacía unos días había llamado mi atención, el que con cierto aire de ironía advertía Mantener distancia. Auto Escuela. Dicha inscripción me había hecho reflexionar sobre algunas de las singularidades de un oficio en el que en muchas oportunidades son los pasajeros los que ofician de guías, indicando cuál es el camino que se debe seguir para llegar al destino al que pretenden arribar. Sin embargo, a la hora de abonar la tarifa que indica el reloj se invierten los roles, porque son los instructores los que le pagan a sus discípulos por los servicios prestados. Supuse que en dichos casos la tarifa podría ser interpretada como una suerte de indemnización por los trastornos padecidos durante el viaje como el sorteo de toda clase de baches, los bocinazos y la alusión de los otros automovilistas a parientes por demás cercanos.
En el semáforo de Juan B. Justo y Libertador mis divagaciones fueron interrumpidas por una voz ronca que me decía “está flojo el laburo”. Al girar mi cabeza me topé con un individuo con dos deterioradas muletas de madera que me propuso: “te las cambio por el carro”, mientras me dedicaba una sonrisa cómplice con sus únicos dos dientes, y luego agregó: “mirá que con éstas la hacés, eh”.
“Dejámelo pensar”, le respondí, pero cuando la luz pasó de rojo a amarillo la conversación se interrumpió y lo vi dirigirse hacia la esquina para interpretar su rol de inválido; y yo decidí poner primera para seguir improvisando el mío de conductor de vehículo de uso público.

2 comentarios:

c. dijo...

mencantan las crónicas!!!

una cosita, nomás, de puro pesada: "latente rivalidad entre colectivos y tacheros". ¿Rivalidad entre colectivos y tachos o entre colectiveros y tacheros?

Tachero Suizo dijo...

N. de la E.: gracias, corregido.